Francisco Raspall
Ventayol
BILBAO
a 1 de octubre de 1.939 –AÑO DE LA VICTORIA.-
A Francesca Lladós
SABADELL.-
Amiga de siempre:
Recibí la tuya del 22-9,
y hoy que tengo un rato disponible me apresuro a contestarla.
Veo, es decir, leo, que
no estás en Sabadell, cosa que si como dices es por tu bien, me
alegra.
Me hablas de la
Naturaleza: te envidio. Yo no tengo muchas ocasiones de salir a
respirar “el airecillo dulce y agradable que nos reconforta”
(¿recuerdas…?). Créeme que me encantaría poder contemplaros por
entre los avellanos, con los “típicos” pañuelos anudados a la
cabeza, y la satisfacción, que supongo, debe pintarse en vuestros
rostros.
Referente a la parte
menos romántica y más positiva de que me hablas, te diré que “las
rosas son bonitas y olorosas, pero tienen espinas”… así que
adelante y ánimo, que en esta vida hay que saber conformarse.
Antes de seguir y para tu
tranquilidad te diré que ya no estoy tuerto… cuando empezaba a
acostumbrarme a mirar con un solo ojo, me quitaron el parche.
Por tus sueños no te
preocupes mucho; quizás algún día lleguen a realizarse (yo así lo
creo).
Me parece verte con el
cesto al lado y el podador en la mano, recogiendo la uva, y quizás
comiendo más que recogiendo, pues así me lo hace creer tu “¡Que
alegría!. ¡Allí sí que voy a satisfacer mi estomago de uva!”
No puedo contarte muchas
cosas de por aquí, pues se nos han cerrado dos Hospitales de la
Provincia y el poner en orden el fichero, expedientes y demás
documentación, nos ha privado durante varios días de salir, no
obstante algo te contaré.
Adjunto te envío un
“pequeño” dibujo (si es que se le puede llamar así), pequeño
en dimensiones y en arte, en el que de una manera no muy exacta,
podrás ver uno de los puentes que se extienden a lo largo de la Ría.
Construido en su mayor parte por traviesas de hierro, esos puentes
tienen por objeto facilitar el paso de la ría a las personas y
carruajes, sin que por eso sean estorbo para las embarcaciones de más
o menos tonelaje que surcan las aguas de dicha Ría.
Hace cosa de un mes,
junto con dos compañeros, hice una pequeña excursión. Fuimos a la
Ermita de San Roque, que en ocasión de ser su Patrón celebraban una
“jira”. Llegados allí, después de unos tres cuartos de hora de
camino, yo poco conocedor del terreno, me perdí entre la gente.
Andando y a fuerza de codos, pude salir de entre el barullo y
alejarme. Subí a un montículo de escasa altura, desde el que pude
contemplar la magnificencia del paisaje. Sentado, cabizbajo y
meditabundo, pensaba… en mis pensamientos… ¿Qué es lo que debo
ser yo, en una mañana no lejos?, me preguntaba. Mi mirada vagaba en
el vacío, posándose aquí, allá, al mismo tiempo que interrogaba
aún. No obtuve respuesta… un escondido riachuelo que serpenteando
iba a morir en la Ría; unos pinos movidos por el viento dejaban oír
un murmullo, como un lamento… Recordé los tiempos pasados,
nuestras alegres excursiones ¡cuando aun estábamos todos!... ¡cuán
distinto y cambiado me encuentro ahora!... ¡cuán solo!... Una
bandada de pájaros, con sus alegres trinos, me despierta de mi
letargo. ¡Ellos son felices!... Les envidio. No entienden ni sufren
las miserias de esta vida… viven alegres… A mi vera, todo respira
a primavera… y yo me asemejo al otoño. ¿Cuánto tiempo estuve
así? No lo sé ni me di cuenta; me llaman; mis compañeros me han
encontrado. Como un autómata me levanto. Vienen con unas amigas
suyas; “hemos bailado”, me dicen… Entonces despierto… ¡Mi
alma había regresado de un largo viaje, por la región de los
sueños! Estaba de nuevo en éste mundo…
Pasé una tarde que no
olvidaré nunca.
Bueno amiga, por hoy, no
más, y es a pesar mío créeme, es a pesar mío repito, que pongo
fin a mis letras. En mi próxima quizás me encuentre en un estado de
ánimo que me permita presentarme como “mi otro yo”.
Recibe un cordial saludo,
que ruego hagas extenso a tu hermana y familia.
Francisco Raspall
P.D. ¡El permiso se
acerca!...
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